martes, 2 de septiembre de 2008

Cuentacuentos, una necesidad de humanidad

En la luz negra de sonidos silenciosos
emerge la idea de la forma.
Como un pétalo de aroma furtivo
inunda la caverna que albergará el largo
invierno de existencia sostenida.
Y como una campana en una tarde otoñal,
emerge la vida azul de un extenso mar sin fronteras
donde, el sabor fresco del estío
hace recordar la eterna primavera.

Ba Han Shen


El recordar de los cuentos

Florentino Díaz



A lo largo de la historia de la humanidad, desde el momento en que ésta hizo del lenguaje esa expresión que le permitía comunicarse no sólo en las necesidades básicas, sino en las invenciones y recreaciones de la fantasía, del sueño, de la imaginación, el cuento ha recorrido, como ese hilo profundo que se hace raíz en cada cultura, los aspectos más diversos de la vida de los hombres: sus quehaceres, sus anhelos, sus guerras, sus amores y leyendas.
El cuento: esa preciosa expresión de la oralidad de cada grupo humano, se ha ido gestando no sólo como una forma de prolongar hechos o acontecimientos en la memoria de las gentes, sino como una manera fundamental de transmitir respuestas, formas de adaptarse a lo
que cada ambiente, cada vivencia implicaba para los pueblos.
El cuento nos permite entrar en la sintonía de la experiencia íntima de cómo los seres humanos se acercan, conciben e interpretan la realidad que les rodea, la realidad que son ellos mismos.
Por eso acercarse al cuento, escucharlos, aprenderlos, contarlos es una experiencia de ensanchamiento de nuestro horizonte perceptual, de nuestra realidad, de nuestra asentada visión de las cosas. Un cuento es como otro ser, al que se va descubriendo en su textura, en su cualidad de mensajero, mensaje y destino, en su andar de viajero y en su continuidad de aliento que se transforma con el tiempo, pero sin perder la virtud de su esencia.
Así es como tantas historias, tantos relatos se han conservado en estos miles de años, en estos siglos. Aún con la diversidad de culturas, de lenguas, de episodios históricos de cada una, los cuentos han permanecido como una invalorable herramienta de conocimiento, mas
no de un conocimiento teórico o exclusivamente mental, sino de un conocer que aborda todo el cuerpo, toda la interioridad y el ánimo, la emoción, el gesto de quienes desarrollaron ese tejido de palabras que es el relato, un tejido cuyas palabras pueden ir cambiando, un tejido cuyos pigmentos pueden ir variando, porque habrá de estar en el sol, contarse en el desierto, o en medio de edificios, o habrá que contar alguna historia en un palacio, o contarla en la lejanía de un puerto o en el movimiento de un tren. Sin embargo el néctar del cuento es la presencia de la flor. Y esa flor es el ser transmisor del cuento, el ser receptor del cuento, es el cuento mismo.
El recordar del cuento es un breve instante cuando en la culminación expectante de la historia, quien lo narra, por esa magia que tienen las palabras cuando se hacen expresión del corazón ilusionado, cuando ya han tomado cuerpo en el intermediario narrador que cuenta ya no sólo con los labios o la lengua, sino con las células del páncreas, del riñón, de los nervios y los huesos, se hace un puente donde
al fin se vislumbra el arco de otro mundo, donde como una llamarada súbita de luz, cualquier universo es posible.
Ese instante donde antes lo que no se creía, esa ilusión perdida retorna de nuevo a su calor, se descongela, se hace agua y se evapora. Vuélvese aire, brisa, se encarna en el viento y los ojos de los oyentes, de los oyentes-espectadores, del ojo-oído-cuerpo que se hace presente ya con toda su dimensión. Se ven transformados, transportados y transhumanados. Porque se ha ido de lo humano a algo más que lo humano, porque se ha sentido en ese breve instante la sutileza del tiempo y la fragilidad del espacio, porque se ha conmovido el corazón para que renazca en él aquel fuego perdido que nos llevaba a reunirnos, o a sentarnos en el cobijo de las piedras, la madera, el rumor del bosque. Entonces se miraban las estrellas y el cielo transparente, desnudo, brillante como los ojos de un niño en su oscuridad primigenia se anunciaba. Ahí, mientras se veía el ascender del humo y ya escuchando el crujir de los leños, la
palabra nacía y evocaba a los antiguos espíritus, los antiguos héroes, se evocaban las hazañas de príncipes y niños, de gigantes y duendes, de mujeres y ancianos. Hazañas de seres entregados a ese luminoso esplendor de lo que en un momento evidencia se hacía de apasionada ilusión. Evidencia de amor, que los cuentos como un cuenco de cuidadosa y extremada sencillez saben guardar para aquellos que de él deseen beber.
En ese momento el cuento se funde al poema, el poema se hace cuento. Porque se ha prendido para jamás extinguirse la vela del alma que se sabe andar en el océano, alma que vaga en la noche de las estrellas y galaxias, alma de suspiros que buscan llamar a su caricia, llamar a su destino de encuentro, a su sentido de abrazo. Alma de mundos que ha viajado por los mundos, alma de aguas que ha atravesado las aguas.
El cuento se ha hecho verso, porque por fin, sin fin, aquella puerta se ha pasado y entonces, la incandescencia de las nubes es magia, el
brillo de la hierba es magia, tu rostro es magia y tu voz es un milagro. Entonces tu calma es la calma del mundo, tu sonrisa un danzar de la vida, un ver de las luciérnagas. El cuento se ha hecho verso porque se ha sabido esperarle y se le ha cantado lento, con corazón de niño, de niña, con alado impulso de besarle, con sed de sus manos, con ojos de su sombra, de su brillo.
El cuento ha sabido hacerse verso porque se le ha contado desde el alma para el alma, porque el recuerdo de su luz ha renacido, porque ella se ha expresado y en ti también tu luz ha recordado.

2 comentarios:

Kike! dijo...

Genial!

espero con ansias el taller de cuentacuentos antes de despedirme de letras...

florentino díaz dijo...

Sí, de hecho va a ser un taller interesante. Ojalá el entusiasmo nos ofrezca un sentido de descubrimiento.