viernes, 31 de octubre de 2008

Una selección de cuentos

Era otoño, y los indios de una remota reserva preguntaron a su nuevo Jefe si el próximo invierno iba a ser frío o apacible. Dado que él era Jefe Indio en una sociedad moderna, nunca había aprendido los viejos secretos, y, cuando miró el cielo, no pudo predecir qué sucedería con el tiempo. De cualquier manera, para asegurarse, respondió a su tribu que el invierno iba a ser frío y que los miembros de la aldea deberían recolectar leña para estar preparados. Pero, como también era un líder práctico, después de algunos días tuvo una idea, fue a la cabina telefónica y llamó al Servicio Nacional de Meteorología y preguntó:
- El próximo invierno ¿será muy frío?
- Parece que el invierno próximo será bastante frío - respondió el meteorólogo de turno.
De manera que el Jefe volvió a su gente y les dijo que se pusieran a juntar más leña para estar preparados. Una semana después el Jefe llamó otra vez al Servicio Nacional de Meteorología y preguntó:
- ¿Será un invierno muy frío?
- Sí - respondió el meteorólogo de turno - va a ser un invierno muy frío.
El Jefe regresó nuevamente a su gente y les ordenó recolectar todos los pedazos de leña que pudieran encontrar. Dos semanas más tarde el Jefe llamó al Servicio Nacional de Meteorología una vez más:
- ¿Están Uds. absolutamente seguros que el próximo invierno será tan frío?
- Absolutamente, sin duda alguna - respondió el hombre - será uno e los inviernos más fríos que se hayan conocido.
- ¿Cómo pueden Uds. estar tan seguros? - preguntó el Jefe.
Y el meteorólogo respondió:
- ¡¡No hay mas que verlo: los indios andan por el monte juntando leña como posesos!!.


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Nos cuenta una historia de la Tradición Sufi que, en cierta ocasión, quiso La Sabiduría entrar en la casa del rey. Asi pues se presentó vestida con toda su riqueza ante la puerta del palacio, pues la riqueza es el ropaje natural de la Sabiduría.
- Vengo a visitar al rey - dijo la Sabiduría al guardia de la puerta, pero cuando el gran Visir fue informado de ello se negó rotundamente, pues pensó: "Si la sabiduría se presenta ante el rey y le informa de lo que no quiero que sepa, seguramente que tendré problemas".
- Dile a la Sabiduría que ahora no puede recibirle el rey, pues el brillo de su ropaje puede deslumbrarnos a todos y dejarnos ciegos para las cosas de este mundo - ordenó al Visir al guardián de la puerta.
Al día siguiente la Sabiduría se presentó de nuevo, pero esta vez le había pedido su desnudez a la Verdad, pues la Verdad desnuda es hija de la Sabiduría.
- Vengo a visitar al rey - volvió a decir la Sabiduría "vestida" con la desnudez de la Verdad.
El Visir pensó que la desnudez de la Verdad también era extremadamente peligrosa, pues él sabía que la Verdad es hija de la Sabiduría. así que excusándose, dió instrucciones al guardia para que no dejara entrar a la Sabiduría desnuda como la Verdad.
- Me dijo el Visir que, hoy, lamentablemente, tampoco podemos recibirte pues la desnudez de la Verdad podría ser un escándalo tan grande, para todos nosotros, que nuestra moral no podría soportarlo.
Así que la Sabiduría, madre de la Verdad, decidió disfrazarse, esta vez, con el ropaje del juglar narrador de cuentos y, así travestida, se presentó nuevamente ante la puerta del rey.
- Señor guardia, anuncie a este juglar que viene a entretener, con sus historias, el tedio de los nobles de la corte, a cambio de comida y algunas monedas.
El gran Visir, informado esta vez de la presencia del juglar, no tuvo inconveniente alguno en abrirle las puertas del palacio.

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El Monasterio Mágico
Historias - Tradicion Oral



Un derviche humilde y silencioso solía concurrir todas las semanas a las comidas que ofrecía un hombre culto y generoso. Tales reuniones eran conocidas como Asamblea de los Cultos. El derviche jamás intervenía en la conversación. Después de entrar, estrechaba las manos a cada uno de los presentes, se sentaba en un rincón y comía lo que se servía. Terminada la reunión se ponía de pie, decía unas pocas palabras de despedida y agradecimiento y tomaba su camino. Nadie sabía nada de él. No obstante, cuando apareció por primera vez, circularon todo tipo de rumores de que se trataba de un santo y durante un largo tiempo los demás comensales pensaron que debía ser, sin duda, un hombre santo y poseedor de conocimientos y aguardaban con placer el momento en que el derviche les impartiese algo de sabiduría. Incluso algunos se jactaban de que el extraño participara en esas reuniones de amigos, dando a entender que esa compañía les confería a ellos una especial distinción.
Sin embargo, como no se mantenía relación alguna con aquel hombre, poco a poco los invitados empezaron a sospechar que en realidad se tratase de un imitador o de un farsante. Algunos llegaron a sentirse incómodos por su presencia. Evidentemente él no hacía nada por armonizar con el ambiente y no aportaba siquiera un proverbio a las esclarecidas conversaciones que para ellos habían llegado a significar una parte entrañable de sus mismas vidas. Incluso algunos concurrentes no llegaban a percatarse de que el derviche estuviese presente, pues pasaba totalmente inadvertido. Cierto día el derviche habló:
- Yo os invito a todos a mi monasterio mañana por la noche. Cenaréis conmigo.
La inesperada invitación suscitó en todos un revuelo de opiniones. Algunos pensaron que el derviche, que vestía muy pobremente, debía ser un loco y que con toda certeza no podría ofrecerles nada. Otros supusieron que la conducta anterior había sido una prueba. Algunos se dijeron que, por fin, el derviche los compensaría la paciencia con que habían soportado tan pesada compañía. Hubo quienes se alertaron entre sí:
- ¡Cuidado! Podría ocurrir que busque tentarnos para someternos a su poder.
Pero la curiosidad indujo a todos, incluso al anfitrión, a aceptar la invitación y, a la noche siguiente, el derviche los condujo desde la casa hasta un monasterio escondido, de tal magnitud y magnificencia que quedaron atónitos.
El edificio estaba poblado de discípulos que practicaban toda clase de ejercicios y tareas. Los invitados transitaron por salas de contemplación donde gran número de sabios de distinguido aspecto se levantaron respetuosamente para saludar la proximidad del derviche con inclinaciones de cabeza.
El banquete con que fueron agasajados fue indescriptible y sobrepasó toda expectativa.
Los visitantes se sintieron anonadados. Todos le suplicaron que a partir de ese mismo instante los aceptase como discípulos.
Pero a todas esas peticiones el derviche respondía tan solo:
- Esperad hasta mañana.
Llegó la mañana y los invitados, en lugar de despertar en las suntuosas camas de seda que se les habían brindado la noche anterior, se encontraron yaciendo tiesos y desnudos, dispersos por el suelo, en el interior de un pétreo recinto de una enorme y fea ruina, sobre una yerma ladera de montaña. Ni señales del derviche, de los bellos arabescos, de las bibliotecas, fuentes y alfombras.
- ¡Ese canalla infame nos ha traicionado con artes de brujería! - vociferaban los invitados, quienes alternativamente se lamentaban y felicitaban entre sí por sus sufrimientos y porque, finalmente, habían desenmascarado al villano, cuyos poderes sin duda se habían extinguido antes de que pudieran cumplirse vaya a saber qué pérfidos propósitos. Muchos atribuyeron la salvación a su propia pureza espiritual.
Pero lo que ellos ignoraban era que, por los mismos medios de que se había valido para introducirlos en aquella mágica experiencia del monasterio, el derviche les había inducido a creerse abandonados en medio de ruinas. La verdad era que no estaban, ni habían estado, ni en un sitio, ni en el otro.
En ese instante, como surgiendo de la nada, el derviche se presentó a sus invitados y les dijo:
- Regresaremos al monasterio.
Hizo un movimiento con sus manos y todos se encontraron otras vez en los salones palaciegos. Entonces se sintieron arrepentidos de sus quejas, pues inmediatamente se convencieron de que las ruinas no habían sido más que la prueba y el monasterio la verdadera realidad. Algunos musitaron:
- Es una gran suerte que no haya oído nuestras críticas. Con sólo que nos enseñe este extraño arte, habrá valido la pena.
Pero el derviche movió nuevamente las manos y todos se encontraron otra vez en la mesa de la comida en común de la cual, en realidad, nunca se habían apartado.
El derviche continuaba sentado en su rincón habitual, comiendo su acostumbrado arroz con especias, sin decir palabra. Entonces, mientras lo contemplaban inquietos, todos oyeron su voz hablar dentro de sus propios pechos, aun cuando los labios del derviche estaban inmóviles:
- Mientras vuestra codicia os impida distinguir entre el autoengaño y la realidad, nada real os podrá enseñar un derviche, sólo ilusiones. Aquellos cuyo alimento es autoengaño y fantasía sólo con engaño y fantasía pueden ser alimentados.
Todos los presentes en aquella ocasión siguieron frecuentando la mesa del hombre generoso, pero el derviche nunca volvió a hablarles. Al cabo de un tiempo, los componentes de la Asamblea de los Cultos descubrieron que su rincón estaba siempre vacío.

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Cierto hombre creía que el último día de la humanidad caería en una determinada fecha y se debía afrontar de modo adecuado.
Llegado el día, congregó en torno suyo a cuantos estuvieron dispuestos a escucharlo y los condujo a la cima de una montaña. Tan pronto estuvieron reunidos allí, el peso acumulado hizo que se hundiera la frágil corteza y todos terminaron en las profundidades de un volcán, y en efecto fue para ellos el último día.


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Un científico examina una pulga colocada cerca de él. Le ordena:
- ¡Salta! - y la pulga salta.
El científico escribe en una hoja de papel: Cuando se le dice a una pulga que salte, salta.
Entonces coge la pulga y, con mucho cuidado, le arranca las patas. La vuelve a dejar en el mismo sitio y le ordena:
- ¡Salta!
La pulga no se mueve. Entonces el científico anota en la hoja de papel: Cuando se le arrancan las patas a una pulga, se vuelve sorda.



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Un gran pintor, culpable de arrogancia ante el emperador chino, fue condenado a ser colgado por los dedos gordos de los pies. Como último favor pidió ser colgado de un sólo dedo gordo, lo que le fue concedido. El emperador y su séquito se retiraron, seguros de que el pintor moriría lentamente y de forma atroz.
El pintor sólo, colgado boca abajo y con las manos atadas, consiguió llegar al suelo con su dedo gordo libre. Dibujó ratas en la arena, debajo de él, utilizando la uña. Aquellas ratas estaban tan bien dibujadas que subieron por la cuerda y la royeron hasta romperla.
El pintor sabía que el emperador no vendría enseguida. Y se alejó sin darse prisa llevándose las ratas consigo.



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En aquel tiempo, dice una antigua leyenda china, un discípulo preguntó al vidente:
- Maestro, ¿cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?
Y el vidente respondió:
- Es muy pequeña y sin embargo de grandes consecuencias. Vi un gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. En su derredor había muchos hombres hambrientos casi a punto de morir. No podían aproximarse al monte de arroz, pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de longitud. Es verdad que llegaban a coger el arroz, pero no conseguían llevarlo a la boca porque los palillos que tenían en sus manos eran muy largos. De este modo, hambrientos y moribundos, juntos pero solitarios, permanecían padeciendo un hambre eterna delante de una abundancia inagotable.
Y eso era el Infierno.
Vi otro gran monte de arroz cocido y preparado como alimento. Alrededor de él había muchos hombres, hambrientos pero llenos de vitalidad. No podían aproximarse al monte de arroz pero tenían en sus manos largos palillos de dos y tres metros de longitud. Llegaban a coger el arroz pero no conseguían llevarlo a la propia boca porque los palillos que tenían en sus manos eran muy largos. Pero con sus largos palillos, en vez de llevarlos a la propia boca, se servían unos a otros el arroz. Y así acallaban su hambre insaciable en una gran comunión fraterna, juntos y solidarios, gozando a manos llenas de los hombres y de las cosas, en casa.
Y eso era el cielo


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Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar. Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanta bahía visto hasta entonces.
- ¿Quién eres tú? - le preguntó al mar la muñeca de sal.
Con una sonrisa, el mar le respondió:
- Entra y compruébalo tú misma.
Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba, iba disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella.
Antes de que se disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada:
- ¡Ahora ya sé quién soy!.


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Un viejo ermitaño fue invitado cierta vez a visitar la corte del rey más poderoso de aquella época.
- Envidio a un hombre santo como tú, que se contenta con tan poco - comentó el soberano.
- Yo envidio a Vuestra Majestad, que se contenta con menos que yo - respondió el ermitaño.
- ¿Cómo puedes decirme esto, cuando todo el país me pertenece? - dijo el rey, ofendido.
- Justamente por eso: yo tengo la música de las esferas celestes, tengo los ríos y las montañas del mundo entero, tengo la luna y el sol, porque tengo a Dios en mi alma. Vuestra Majestad, sin embargo, sólo posee este reino.

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En cierta ocasión salió el diablo a pasear con un amigo. De pronto vieron ante ellos a un hombre que estaba inclinado sobre el suelo tratando de recoger algo.
- ¿Qué busca ese hombre? - le preguntó al diablo su amigo.
- Un trozo de Verdad - le respondió el diablo.
- ¿Y eso no te inquieta? - volvió a preguntar el amigo.
- Ni lo más mínimo - respondió el diablo - le permitiré que haga de ello una creencia religiosa.

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Usted perdone - le dijo un pez a otro - es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme, dígame, ¿dónde puedo encontrar eso que llaman océano? He estado buscando por todas partes, sin resultado.
- ¿El océano? - respondió el viejo pez - es donde estás ahora mismo.
- ¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el océano - replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.


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Un día un auriga pensó:
- Dejaré que el caballo y la carreta vayan donde quieran, quizás estoy tratando de ser el hombre que siempre controla.
Todo resultó bien por un tiempo, ya que el caballo llevó a la carreta por la ruta acostumbrada. Pero cuando el auriga quiso que fuera por otro camino, no pasó nada.
- Necesito más voluntad y menos disciplina - se dijo el hombre.
Un día el caballo pensó:
- ¿Por qué debo obedecer?
Y comenzó a tirar de la carreta cómo, cuándo y hacia dónde quería.
El hombre lo vendió a alguien que lo tuvo a rienda corta.
Otra vez la carreta pensó:
- ¡Voy a establecer mi independencia! A veces mis ruedas girarán, otras las trabaré. A veces crujiré, a veces no. Y aflojaré y contraeré mis clavos cómo y cuando quiera.
La carreta fue considerada insegura y ,con un hacha, fue destinada para leña.

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Un guerrero fue herido por una flecha en una batalla. Quisieron arrancarle le flecha y curarlo, pero él exigió saber: primero quién era el arquero, qué clase de hombre era y dónde se había colocado para disparar. También quiso saber la forma exacta del arco y qué clase de cuerda utilizaba. Mientras se esforzaba por conocer estos datos, falleció.

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Todas las preguntas que se suscitaron aquel día en la reunión pública estaban referidas a la vida más allá de la muerte. El maestro se limitaba a sonreír sin pronunciar una sola respuesta. Tiempo después, los discípulos le preguntaron por qué se había mostrado tan evasivo.
- ¿No habéis observado que los que no saben qué hacer con esta vida son precisamente los que más desean otra vida que dure eternamente?
- Pero ¿hay vida después de la muerte o no la hay? - insistió un discípulo.
- ¿Hay vida antes de la muerte? ¡Esta es la cuestión! - replicó enigmáticamente el maestro

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El Mulla estaba pensando en voz alta.
- ¿Cómo se si estoy vivo o muerto?
- No seas necio - dijo su esposa - si estuvieras muerto, tus miembros estarían fríos.
Poco tiempo después, Nasrudin se encontraba en el bosque cortando leña. Era pleno invierno. De repente se dió cuenta de que tenia fríos las manos y los pies.
- Indudablemente estoy muerto - pensó - de modo que debo interrumpir mi trabajo. Los cadáveres no van por ahi caminando.

Se tendió sobre la hierba. Pronto llegó una manada de lobos y empezó a atacar al asno de Nasrudin, que estaba atado a un árbol.
- Vamos, continuad, aprovechaos de un hombre muerto - dijo Nasrudin sin moverse - pero si estuviera vivo, !no os permitiría estas libertades con mi asno!

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A un hombre que solía pararse cerca de la ventana de una hermosa joven, tocando la guitarra y dándole serenatas, alguien le preguntó:
- ¿Por qué no le pides que se case contigo?
Y él le dijo:
- He pensado en eso, pero si ella acepta, ¿qué haré durante los atardeceres?

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Un hombre angustiado llora amargamente.
- ¿Qué pasa? - pregunta Shebi
- Sólo tenía un verdadero amigo en esta vida - murmura el desdichado - y ha muerto.
- ¡Arriesgado! - murmura Shebi - ¿para qué elegir un amigo que ha de morir?.

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Una vez un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad!
El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.
El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol. Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que si le daría una paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa.
Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar.
También esta vez el hombre cumplió su encargo y gastó media hora meditando. Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos.
Como siempre, fue escuchado con bondad pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores.
El hombre medio molesto, pero ya mucho más sereno, se dirigió al árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su bronca. Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo:
- Pensándolo mejor veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho.
El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole:
- Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tu mismo.

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Lao Tse iba viajando con sus discípulos cuando llegaron a un bosque donde cientos de leñadores estaban talando árboles. El bosque entero habia sido talado excepto un enorme árbol con cientos de ramas. Era tan grande que diez mil personas se podían sentar a su sombra. Lao Tse pidió a sus discípulos que fueran a preguntar porque ese árbol no había sido talado.
- Este árbol es completamente inútil. No se puede hacer nada con él, sus ramas están llenas de nudos. Ninguna es recta y no se puede usar como leña porque produce un humo dañino para los ojos.
Los discípulos informaron al maestro.
- Sed como este árbol, completamente inútiles y entonces crecereis grandes y miles de personas encontraran sombra bajo vosotros. Sé el último. Muévete en el mundo como si no estuvieras. No compitas, no trates de probar que eres digno, no es necesario. Sé inútil y goza

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Nasrhudin a veces llevaba a la gente a pasear en su bote. Un día un pedagogo lo contrató para que le transbordara al otro lado de un ancho río. Tan pronto como empezaron a navegar, el erudito preguntó si la travesía sería inquietante.
- De eso, pregúnteme nada - contestó Nashrudin.
- ¿Qué, nunca has estudiado gramática?”
- No - respondió él.
- Has perdido entonces la mitad de tu vida.
Nashrudin no contestó. Pronto se desató una terrible tormenta. El endeble barquichuelo de Nashrudin empezó a hacer agua. Éste se inclinó hacia su compañero de travesía y le preguntó:
- ¿Ha aprendido usted a nadar?
- ¡No! - contestó el erudito.
- En tal caso, maestro, ha perdido usted toda su vida, porque nos estamos hundiendo.